El teatro en los tiempos modernos, como hoy en día, sólo podía vivir del éxito comercial de los espectáculos. Por eso, la lectura que hacemos de las obras del pasado nos indica lo que el público esperaba de las representaciones. El lenguaje de los dramaturgos y las situaciones puestas en escena sólo podrían ser bien recibidos si resonaban con las expectativas del público. Tomemos un ejemplo canónico de la historia del teatro europeo: las cuatro grandes comedias “serias” de Molière.
Se trata de la Ecole des femmes (1662), el Tartuffe (1664), el Dom Juan (1665) y el Misanthrope (1666). Desde hace tiempo, la crítica literaria y la historia del arte teatral han insistido en que estas cuatro obras están unidas por un hilo conductor común. En la primera de esas obras, vemos como el personaje de Arnolphe, negociante con ínfulas de ser reconocido como gentilhombre, trata de imponer a Agnès, su joven prometida, reglas de vida conformes al más absoluto control masculino sobre el deseo femenino, en el marco del matrimonio católico. El escándalo que provocó semejante ataque contra el conformismo moral del patriarcado bendecido por la Iglesia, llevó Molière a atacar la hipocresía devota creando el personaje de Tartuffe. Este segundo ataque tuvo consecuencias políticas mucho más peligrosas para el poeta, puesto que el rey en persona no se comprometió en defenderlo frente a la ofensiva de los devotos. El personaje del hipócrita vuelve a hacer acto de presencia al final de Dom Juan cuando este, deseando que su padre deje de amonestarlo, finge haberse convertido en perfecto devoto. Por ende, en el Misanthrope, Alceste pelea a lo largo de la obra contra un enemigo que nunca aparece en el escenario, pero que se nos describe como un hipócrita, hombre de la corte, hábil para convencer a jueces y demás protagonistas del conflicto que le opone a Alceste.

Pero, más allá de la denuncia de la hipocresía moral y social, otro aspecto une las cuatro comedias “serias” de Molière: el espectáculo del fracaso. ¿Qué ocurre con Arnolphe?: una y otra vez, la joven Agnès y su galán se burlan del hombre mayor, quien acaba suplicando que lo quiera la prometida que sin éxito intenta controlar. ¿Qué ocurre con Tartuffe?: a pesar de sus triunfos iniciales en la empresa de embaucar a Orgon y de controlar toda su familia, el hipócrita acaba siendo condenado por el rey. ¿Qué ocurre con don Juan?: de la primera a la última escena de la obra, el burlador fracasa en todos sus intentos por seducir a mujeres, por convencer a su lacayo y al mendigo, por vencer al todopoderoso. ¿Qué ocurre con Alceste?: no se digna a pelear para ganar en el pleito contra su adversario cortesano, no consigue convencer a su amor, la bella Célimène, para que abandone las frivolidades de la vida en corte y lo siga en su mansión.
Vemos así como el espectáculo del fracaso aparece como un argumento narrativo de fortísimo tirón en el marco de la industria del teatro. Se trata, pues, de un tema que puede provocar simpatías o antipatías, y en todo caso una fuerte identificación entre el público y los personajes que actúan en el escenario. El fracaso ejerce fascinación en los espectadores, a la vez que sirve para desentrañar tensiones sociales y conflictos políticos mediante un tipo de intriga que llega a todos los públicos, sea cual sea su calidad social. Este ejemplo muestra hasta qué punto la perspectiva o el recuerdo del fracaso, tanto propio como la experiencia del fracaso ajeno, forman parte del abecedario de la vida social en la época moderna.
Jean-Frédéric Schaub